Mayday.

En un estado de absoluta seminconsciencia advierto que mis ojos ya no contemplan oscuridad y que ya no existe sensación de amenaza. Hasta llegar a este estado he recorrido varias fases.

La primera, fue la niebla.

Los oídos apenas capaces de distinguir ruidos sordos y los ojos intentando seguir las sombras moviéndose en la lejanía; los sentidos alerta, aguardando un golpe que no llega.

La segunda, el vacío. Cuando la niebla se disipó, no había nada.

La tercera fase fue el comienzo de la huida. El camino llano, sin obstáculos, una ligera pendiente descendente y una brisa suave en dirección noroeste, sin lluvia; hacia los árboles que asumiste inconscientemente que te guiarían a casa.

La cuarta, fue el bosque. El camino se hizo escarpado, los árboles cerrándose más y más, las ramas enredándose en el pelo y la ropa; las rocas arañándote las piernas y los brazos y las heridas empezando a sangrar. Y entonces, en algún momento de su interior, comenzó la quinta.

La quinta, es a lo que yo llamo la oscuridad.

El bosque se torna peligroso, y ya no son ramas ni rocas ni árboles, ya no es el camino. Comienzan a escucharse gritos, la luz desaparece por completo. Para cuando decido dejar de avanzar, no sé dónde estoy. Este y oeste se tornan idénticos, puntos cardinales descoordinados y ni Sol apuntando al sur ni Estrella Polar para poder guiarme.

Y entonces, apareces tú. Tú, iluminando el camino, avanzando seguro y consciente, tú, guiando al fin hacia lo que parece la última etapa, la sexta; la luz. Al fin estoy a salvo.

Después aparecen las garras.