Fear.

Hacía mucho tiempo que no me sentía tan perdida.
Y era cierto: el mundo parecía anoche para mí un agujero negro infranqueable, una masa de miedo y oscuridad como aquélla a la que juré que no tendría que enfrentarme nunca más. Pero si existen las promesas es porque pueden romperse.
Y mientras intentaba conciliar un sueño que se me resistía, volví a sentir algo que no había sentido en prácticamente los últimos tres años: miedo del mañana. Miedo de despertar al día siguiente, miedo de tener que afrontar un día más, miedo de, literalmente, seguir viva.
Pero si algo he aprendido es que el mundo no deja de girar porque a ti te dé miedo.
El mundo nunca deja de girar.
El mundo no se para, y casi es mejor darle gracias, porque no os podéis imaginar la hostia supersónica que nos daríamos todos si lo hiciese.
El mundo no se para, y hoy ha vuelto a amanecer y resulta que, como siempre, no había nada a lo que tenerle miedo.

Lo bueno de un mal día es que sólo puede durar veinticuatro horas.

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