Equinox.

Ella avanzó rápida y certera, como un rayo, y no hubo nada que él pudiese hacer. Su arma cayó al suelo con un tintineo, seguida por un ruido sordo cuando su cuerpo la acompañó.
Los presentes murmuraron e intercambiaron miradas preocupadas pero nadie hizo nada, porque sabían que era, al final, el transcurso natural de las cosas.
La multitud se acabó disipando mientras ella, todavía en la misma posición, observaba su reflejo en el charco de sangre negra que cubría la hierba del claro.
Un rayo de sol asomó entre los árboles.

La luz había vencido de nuevo a la oscuridad.


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