En cuanto abrió los ojos la luz le cegó, y supo de inmediato que su vista tardaría bastante en acostumbrarse. Los sonidos llegaban todavía amortiguados, como si su cabeza estuviese debajo del agua. Notaba el pelo pegado a la nuca, sentía el calor del suelo de piedra bajo las yemas de los dedos. El verano había llegado, y con él, el fuego y la resurrección.
Y la oscuridad comenzaba a ganar poder.
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