Atoms.

La primera vez que les vi solamente habían pasado doce días desde Nochevieja, y estábamos ya en mitad de la primera ola de frío del año. Entraron en la cafetería entre risas y hablando alto, lo cual si molestó a alguno de los presentes, no fue a mí. Se sentaron en el sitio junto a la ventana que todos los demás habían rechazado porque lo atravesaba corriente, y comenzaron a sacar papeles y bolígrafos y a hablar de átomos y moléculas y ecuaciones. Ella pidió un café con leche y cuando él pidó el suyo solo y sin azúcar le dio un codazo por debajo de la mesa y dijo que se callase, que había planeado quedarse con la suya. Fue agradable ver la sonrisa que esbozó cuando se lo serví con ración doble y una de las pastas que Richard solía traer con los pedidos de la mañana, pero no tanto como pillar la chispa que se encendió en los ojos de él durante un instante mientras refunfuñaba por lo bajo, fingiendo vergüenza. Se quedaron hasta el cierre y no regresaron hasta dos semanas después.
Esta vez él parecía más orgulloso.

Ella, más triste.

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